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 2706-5421

Performance realizado por la Colectiva Amorales el pasado 5 de septiembre en el monumento a La Constitución.
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Carolina Amaya

Periodista y ecofeminista

Cuando lo femenino no pide la validación de lo masculino

“Nosotras te maldecimos a vos, tu clan y a tus cómplices”, con esta frase se cerraba una jaculatoria de denuncias sobre feminicidios, desapariciones, las víctimas de las fosas clandestinas de Chalchuapa y la violencia estructural hacia las mujeres dentro de una “performance” realizada por la Colectiva Amorales, un grupo feminista que, vestidas de negro y disfrazadas de brujas, se plantaron el pasado 5 de septiembre en la plaza del Monumento a La Constitución para mostrar su rabia por las constantes violaciones a los derechos humanos de las mujeres.

La frase fue suficiente para que el autócrata que gobierna a El Salvador, Nayib Bukele, y sus seguidores sacaran a la “vieja confiable”: la religión como instrumento político, para responder a las críticas fundamentadas en los atropellos que a diario viven las mujeres.

“Maldecimos tu dictadura” dijeron las mujeres  como parte de su acto político, algo que, hasta el momento, nadie más que las Amorales se han atrevido a decir en público. 

La “maldición” que sellaron con sal, sacó del clóset conservador a hombres y mujeres que están a favor y en contra del régimen. Esta reacción, que es la misma que salta cada vez que las feministas manchan paredes, tuvo eco incluso en la academia. Y no hablo solo de los bots que replican el mensaje del “elegido”, sino de todos aquellos que critican al régimen desde plataformas como esta revista científico-académica, que constantemente verifica el discurso oficialista. 

Traigo a cuenta la reciente columna de opinión titulada “Cuando lo femenino y lo masculino se enfrentan, lo femenino siempre pierde”. Cuyo autor prácticamente invalida la performance de las Amorales como un acto político premeditado y se deshace hablando de la figura “negativa” de las brujas.

Lo más risible de ese artículo es la concepción de la bruja que el autor describe al estilo Disney: “A muchos de nosotros la palabra ‘bruja’ nos podría evocar a una mujer de risa malvada, nariz verrugosa y sombrero puntiagudo”. Basta con ir una tarde a Izalco para darse cuenta que las personas que se dedican a “hacer brujería” carecen de esas características físicas que se imagina el autor.

La figura de las brujas ha sido retomada por el feminismo para botar la concepción androcéntrica de la mujer buena, sumisa y obediente al hombre, que tiene su raíz en la Biblia y otros textos escritos por hombres. La respuesta a esta concepción que nos tiene harta a las mujeres viene desde el arte musical: “Las mujeres no somos ni malévolas, ni malignas, no engendramos el demonio, ni tampoco somos santas o que nos santificamos cuando llegamos a ser madres. Las mujeres somos mujeres”, dice la canción Lilístrata, de la rapera  Gata Cattana.

Y traigo de nuevo a colación el arte porque en el contexto actual, en donde los poderes del Estado recaen en una sola fuerza política, las alternativas para cambiar la realidad se reducen. Y es cuando el arte se vuelve una estrategia de resistencia. Incluso en un mundo en donde la palabra ya no tiene valor y los periodistas buscamos nuevas maneras de comunicar nuestros contenidos, surge el periodismo performático.

Cuando lo femenino no pide la validación de lo masculino ocurren estas reacciones, que quieren a toda costa rebatir el discurso de las mujeres. El feminismo en El Salvador se está fortaleciendo y diversificando. Ahora vemos mujeres liderando medios de comunicación feministas como Alharaca, también vemos abogadas explotando el Twitter Space, como Marcela Galeas y Ruth Eleonora López; están las ecofeministas rechazando la minería transfronteriza; mujeres tomándose los espacios públicos como las Amorales, por mencionar a algunas. Las marchas del 7 y 15 de septiembre demostraron el éxito de las feministas liderando al movimiento social. Todas son mujeres que ya no esperan la validación de un hombre para alzar su voz.

A pesar del evidente avance de lo femenino en el espacio público, siempre existirán personas, en particular, hombres que quieran invalidar cualquier lucha femenina. Esa ha sido la regla milenaria. La diferencia es que ahora las mujeres caminamos sin esperar su permiso.

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