Balmore Pacheco

Remembranzas de la Normal España “El caserón de San Jacinto”

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Hace algunos años recibí una artística y bien concebida narrativa de una destacada maestra normalista, me refiero a Doña Teresa Aguilar Avilés. De esta narrativa quiero compartir con los lectores algunas de las vivencias que su autora y muchas jovencitas, de la década de los cincuentas, vivieron en la prestigiosa Escuela Normal España.  

En esa inolvidable e incomparable escuela de formación de maestras que se albergaba en un Caserón del Barrio San Jacinto, el cual, como bien lo narra Doña Teresa Aguilar Avilés, tenía por custodio al imponente Cerro San Jacinto, se forjaron los anhelos juveniles de cientos de maestras que dieron sus mejores años al servicio de la educación de nuestra niñez y juventud. 

A la sombra de ese caserón de San Jacinto se cultivó el espíritu de muchas jovencitas, que más tarde gracias a la orientación acertada de aquellos pedagogos que les acompañaron en su proceso de formación– llegaron a ser genuinas y abnegadas maestras en escuelas y colegios de nuestro país durante la segunda mitad del siglo pasado.

Cuenta la autora de esa narrativa, que quienes vivieron esa experiencia recordarán que a los que fueron sus maestros y maestras se les llamaba Don o Doña”, no porque no ostentaran títulos profesionales, sino porque el Don o Doñadenotaba el respeto, la consideración, la admiración y el reconocimiento del que eran merecedores cada uno de ellos.

La estimación hacia los formadores era producto del  esfuerzo cotidiano del educador, del convivio fraterno y del ideal común que ambos compartían, y que es de donde surge eso que llamamos mística del maestro. Trae a la memoria los sabios consejos y orientaciones de grandes formadores como: Doña Gloria de Campo, Don José Olivares Castro, del Teacher Quintanilla, de Don Marcelito Estrada, de Don Alfredo Huertas García, de Doña Marina de Quezada, de Doña Mélida Anaya Montes, de Don Manuelito Bolaños, de Don José Lanza Diego, de Doña Tanchito Huezo Córdova de Ramírez, de don Joaquín Anaya Montes, de don Roberto Barahona, de don Manuel Guillermo Campos, entre otros destacados mentores. 

Narra Doña Teresa Aguilar Avilés, que aún persiste en el recuerdo aquellas voces que se quedaron prendidas y enredadas por siempre en los maderos y paredes de lo que fueron las aulas de la Normal España, así como las sonoras melodías de los cantos patrios y folclóricos de Centro América, entonados por las alumnas. 

Sin duda, las Escuelas Normales crearon significativos espacios de aprendizaje, sus aulas fueron laboratorios, talleres donde se compartió el amor por la pedagogía, el arte, la reflexión, el debate y la amistad; en sus patios se practicó el deporte, la danza, la marcha y el recreo.  El saber conocer, el saber hacer, el saber ser y el saber convivir fueron preceptos pedagógicos que –en la Normal España– se vivieron en forma adelantada a los posteriores pronunciamientos de la UNESCO, destaca la autora.

Lo que era preciso aprender en las aulas, se aprendía allí, pero también la comunidad y las escuelas eran importantes espacios de formación, ejecutando proyectos, organizando turnos, creando bibliotecas, conformando brigadas estudiantiles, conviviendo en las comunidades, compartiendo sus problemas y necesidades. 

Este era el secreto de las escuelas normales: más que instruir se formaba; más que decir cómo enseñar, se modelaba cómo hacerlo, más que ocuparse de la asignatura se ocupaba de la comprensión del sujeto que aprende, más que servirse de la labor de enseñar, se asumía la educación de la niñez como una misión (con mística), más que buscar empleo en la escuela más cercana, se desarrollaba el compromiso de ejercer esa misión de enseñar donde fuera requerido su servicio, aún en el más recóndito lugar del país. Vaya nuestro reconocimiento para esa generación de maestras que hoy recordamos con gratitud por sus sabias enseñanzas. 

Ciencia
Óscar Luna

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